Por Viviana Fernández
El 20
de marzo fue el cumpleaños de Susana, mi hermana, pero este año fue distinto ya
que a partir de esa noche todo cambió. Sí, “todo”, ¿pero lo que es todo para mí
será lo mismo para el resto de las personas? La respuesta la conoceremos en un
tiempo, pero no se sabe en cuánto tiempo.
Volviendo a mi hermana y su cumpleaños, la saludamos a las cero horas
justo cuando comenzaba su cumple y nos fuimos a dormir, pero también fue cuando
comenzó a cambiarnos “todo”, ya el despertar fue tan distinto.
En los meses de enero, febrero y los
primeros días de marzo festejamos varios cumpleaños en la familia, como solemos
festejar entre nosotros, mucha gente, mucha comida, risas y fotos, pero el
cumpleaños de Susana fue diferente, no lo pudimos festejar. Aunque después de
unos días aprendimos que hay otras formas de festejar a la distancia,
distanciados socialmente pero no afectivamente.
También fuimos aprendiendo que se pueden hacer casi las mismas cosas,
solo que no sabíamos que se podía. Entonces, ¿qué nos cambió a partir del 20 de
marzo? Uff, no sé por dónde empezar, pero como diría mi madre, “comienza por el
principio, mujer”, y allí voy:
En
primer lugar, ampliamos nuestro vocabulario, nos encontramos hablando de
pandemias, cuarentena, distanciamiento, coronavirus, aislamiento y qué sé yo
cuántas otras cosas. Eso nos hizo buscar, leer, revolver en libros, fotos
viejas e internet sobre otras pandemias como la fiebre amarilla en Buenos
Aires, la peste bubónica en Europa, la H1 N1 de la gripe A. ¿Pero esos momentos
y esos lugares qué tienen en común con nosotros con nuestro ahora?, no mucho.
Cada
momento es una realidad diferente, al igual que si nos comparamos con lo que
pasó en Italia, España, Brasil, Chile o Estados Unidos, no podemos comparar
peras con manzanas, me enseñaron en la escuela primaria.
Ese
es un lugar que conozco bien: La escuela. Trabajo en ella desde hace muchos
años y he visto diferentes situaciones, pero esta pandemia sí que nos
sorprendió a los que formamos parte de las escuelas. Nos sorprendió, nos enseñó
y nos transformó como nunca antes lo había hecho la escuela.
Trabajar en una escuela es una tarea que sorprende a diario, porque los
jóvenes a diario nos asombran con sus nuevos lenguajes, nuevas redes sociales,
nuevas formas de relacionarse y de pensar, y todo el tiempo los adultos estamos
aprendiendo de ellos (aunque la lógica de la escuela, si uno la piensa, sería
al revés). Pero no, es así, se aprende y se enseña al mismo tiempo. Yo creo que
esa es la magia de la escuela, y que de no ser así yo no trabajaría en una
escuela aburrida, simple, cotidiana por demás, sin ese no sé qué, que hace que
después de 34 años tenga ganas de seguir yendo a trabajar y que además me
sienta entusiasmada cuando voy.
El
colmo de las sorpresas nos lo dieron el coronavirus y la cuarentena, si bien
veíamos en los noticieros lo que pasaba allá lejos, del otro lado del océano y
pensábamos “que no llegue aquí”, llegó. Y flor de sorpresa cuando nos informan
que la escuela debe reconvertirse y que cada casa de los docentes y los alumnos
tenía que pasar a ser un pedacito de esa escuela.
Ese
fin de semana quedará en mi memoria como el más alocado, todos preguntando ¿y
ahora qué hacemos? ¿Cómo hacemos? ¿Con quién trabajamos? ¿Vamos a poder? Y así
llamaban padres, alumnos, docentes y yo, que se suponía que tenía que dar
respuestas, no sabía qué responder, no tenía idea. La palabra reinventar la
escuche mil veces y así que fue que me tuve que reinventar yo primero como
Directora de la escuela, para que luego cada uno y toda la escuela se
reinventara.
Pero
no tenía mucho tiempo, me tenía que reinventar ya, porque el lunes la escuela
tenía que abrir sus puertas de manera figurativa, teníamos que recibir a los
jóvenes y seguir aprendiendo de ellos y enseñando al mismo tiempo. Comencé a
bucear dentro mío, y a hacerme preguntas y esperar que las respuestas
aparecieran, pero mientras tanto había que actuar. La escuela que conduzco es
una institución pública con alumnos del conurbano bonaerense, donde la vida de
los pibes es difícil ya sin cuarentena, entonces había que enseñarles, pero
también hacerles la vida más fácil, más agradable, porque a sus dificultades y
a las nuestras se nos sumó la cuarentena.
En
esos momentos es cuando uno agradece haber formado un equipo de trabajo, pero
un equipo de verdad que trabaja de verdad, porque no se podría haber hecho nada
sin un montón de personas que se sumaron a este proceso de reinventar la
escuela. En este caso, teníamos que reinventar la escuela Secundaria Nª 10 de
Wilde. Lo primero fue pensar cómo organizamos para seguir con la escuela
abierta, y así aparecieron las primeras aulas virtuales, cada profesor se abrió
un aula y el preceptor le pasaba los códigos a los jóvenes para que ingresen y
desde allí hicieran sus tareas. Como idea proyecto era genial, pero… la
realidad supera siempre a las buenas ideas: y así comenzaron los ”yo no tengo
wifi”, “Dire, en mi casa hay una sola computadora y somos tres hermanos para
hacer tareas”, “Profe, no sé cómo descargar el aula virtual” y también los
adultos comentaban: Yo no nunca use aula virtual ¿cómo es? ¿Qué tareas tengo
que hacer? ¿Cuántas horas tengo que trabajar? Y mi celular estallaba de
preguntas con pocas respuestas.
De a
poco y con ese equipo que se había formado, nos organizamos: Vos por favor subí
los códigos de las aulas al Instagram de la escuela, vos ocupate de que todos
los alumnos estén enterados de cómo funcionan las aulas, ahora vos armate la
lista de los pibes para pasarle a los preceptores, y vos comunicate con la
profesora tal para decirle que así se usa el aula virtual. Y así paso la
primera semana.
Había
que trabajar el “quédate en casa”, entonces se armó un video con fotos de todos
los docentes y familias, algunos con sus mascotas también, con carteles de
quedate en casa, y explicando el sentido de esa frase. En educación física,
armamos pequeños videos con algún ejercicio que hacían los profes y se los
pasábamos al aula o al WhatsApp de los padres para que siguieran trabajando,
también pensamos en juegos para que se queden en sus casas y no se aburran.
Claro, íbamos por la segunda semana y teníamos toda la energía del comienzo
igual que los pibes y que las familias.
El
tiempo de la cuarentena se estiraba cada vez más, y del mismo modo se estiraba
nuestra incertidumbre, nuestras angustias y las de los pibes. Entonces apareció
el “profe, no puedo pagar más wifi”, “no me alcanza porque mi mama no puede ir
a trabajar”, “no sabe si nos van a repartir algo de comida, en casa no tengo
más leche”, “no puedo hacer más los trabajos porque no tengo hojas y no hay
librerías”, “profe necesito hablar con vos en mi casa hay muchas peleas y yo la
paso mal”, “Dire, no tengo ganas de hacer la tarea, mejor repito de año, porque
no entiendo nada y además estoy muy angustiado con tantas malas noticias”.
Aquí
aparece la escuela, aquella que no se reinventó, porque siempre sale a resolver
cuestiones que no son pedagógicas, pero que hacen que los pibes no puedan
aprender. Cada año nos hacemos cargo como escuela de estas situaciones, con
pandemia o sin ella. Si tienen hambre hacemos una colecta y juntamos comida y
se la acercamos, no tienen útiles, juntamos de nuestras casas y les llevamos.
Están angustiados, bueno, tranquilo, vamos a charlar, hoy te llamo y vemos cómo
te podemos ayudar, hay malos tratos en tu casa, tranquilo, contanos que
nosotros podemos hacer que alguien interceda y las cosas se tranquilicen. Esto
no sucede ahora nada más, solo que algunas cuestiones se agravaron. Las vulnerabilidades
existían antes del coronavirus, pero estaban ocultas para algunos, hoy salieron
a la luz, pero las escuelas públicas sabemos de estas situaciones porque las
vivimos a diario, pero no salen en los noticieros ni en los diarios, y a
nosotros no nos importa, siempre estamos ahí.
De a
poco fueron apareciendo algunos paliativos que ayudan, aunque no resuelven la
situación de fondo: no tenés internet, bueno, el Estado te preparó unos
cuadernillos para que sigas aprendiendo. No tenés comida, la escuela reparte
cada 15 días lo que hubieras recibido si estuviera abierta. Considero que son
unas excelentes medidas para el momento, pero ese cuadernillo no es la escuela
toda, y esa comida no alcanza para compartir con los hermanitos o los padres:
los pibes no viven solos, viven con sus familias y en esas casas todos deben
tener acceso a un plato de comida. Como prontamente vuelven a ser invisibles
algunas personas y algunas situaciones para muchos, qué pena me da que no usen
lentes con aumento algunos para ver más cerca la realidad.
Para
esa época ya íbamos por mes y medio de encierro en las casas, y el
distanciamiento social nunca debe convertirse en distanciamiento afectivo. Esas
mismas palabras usé en un video que le transmití a los profesores y a todo el
personal: “¿Bajar los brazos? Nunca, porque si caemos nosotros caen ellos, los
pibes y esa no es la escuela que queremos para la vuelta, para la “nueva
normalidad” (un término que nadie entiende todavía, pero parece que como queda
lindo lo usamos todo el tiempo). Si no podemos enseñar ahora ya lo haremos más
adelante, lo que no podemos es soltarles la mano a los pibes. Ellos esperan un
día volver a abrazarnos y ahí tenemos que estar con nuestra mejor sonrisa.
Vamos, no decaigan”.
Pero
un domingo a la tarde llega un mensaje: “Pronto, prendé la tele y mirá qué pasa
en Villa Azul…”. No entendía, no podía ni quería entender. Tenemos muchísimos
alumnos que viven allí, es más, algunos salieron en la tele con sus familias.
¿Y ahora? Cómo hacemos para no decaer. Se sumó angustia, desesperación, mas
encierro, pero también problemas de salud, nos avisaban que algunos estaban con
covid positivo, o que en sus familias tenían alguna persona internada.
Esas
semanas que se mantuvo cerrada Villa Azul, fueron muy fuertes, y a la vez muy
feas, sentíamos miedo porque no se sabía bien lo que pasaba ni lo que iba a
pasar, y todo el tiempo hablando con los chicos y sus familias para ver en qué
se podía ayudar, qué podíamos hacer para hacerles más fácil esos días. Las
necesidades llenaron listas de cada uno de nosotros: remedios, ropa de abrigo,
comida, hojas para las tareas y para que los más chiquitos dibujen y no salgan,
lápices, pañales de niños y de adultos, y así seguían llegando pedidos y
pedidos, junto a ellos venían las gracias, muchas gracias, qué bueno que
pudieron alcanzarnos esto o aquello. Las familias y la escuela esos días no
tuvieron distanciamiento afectivo, por el contrario, todos nos sentíamos cerca,
muy cerca.
Llevamos ya 109 días de cuarentena, quién hubiera dicho que podríamos
aguantar, ¿y en realidad quien dice por qué aguantamos? Solo porque si nos
caemos nosotros se caen los pibes y con ellos sus familias. Si no les mandamos
tareas, o no los llamamos o no repartimos los bolsones con alimentos, qué
harían los chicos, a quién le contarían lo que están pasando, cómo harían para
juntarse a matear virtualmente con su profe y algunos mas. Por momentos no se
nos ocurren más actividades y ellos también quieren relajarse, y entonces
jugamos un tuttifrutti por meet o zoom. O les pedimos que busquen fotos viejas
y las suban y comenzamos a reírnos de todos, incluso de nosotros mismos, y así
pasan los días, y bueno pero la semana que viene subo tareas, ¿ok?
El
problema está en aquellos que no podemos ver, porque no tienen conectividad o
no quieren que los veamos ya que quizás tienen un ojo en compota, o no quieren
contarnos que no comieron, también están los que no quieren que veamos dónde y
cómo viven, porque sus casas no son dignas de mostrar, en realidad no son
dignas de vivir allí. ¿Y entonces???? Agudizar nuestros sentidos y pensar, cómo
hacemos para que le llegue la tarea, como le acercamos comida, cómo logramos
acercarnos para verlos y para que nos vean y sepan que siempre, siempre van a poder
confiar en nosotros.
Escuchando las noticias, una periodista dijo que en estos días los
chicos están desprotegidos, porque muchas veces son los docentes los que
denuncian violencia intrafamiliar, abusos y malos tratos, y de esas historias
tenemos muchas. A algunas les podemos poner nombres: Tenemos un Gonzalo que
comenzó tratándonos mal porque no le salían las tareas y se enojó, pero después
terminó siendo el motivador del grupo, y él estimula a sus compañeros a que
entreguen los trabajos; tenemos un Lautaro que está en su casa con covid y nos
pide que le avisemos a los profes que por unos días no va a hacer las tareas ya
que se siente cansado; tenemos una Martina que está internada y con
convulsiones y todos los días hablamos con la madre, y hasta fuimos a llevarle
cosas a la clínica y también fuimos a ver a sus hermanos que estaban solitos;
tenemos a tres hermanos que estuvieron con una vecina porque sus dos papas
estuvieron internados con covid y no tenían a nadie que los cuidara.
También tenemos un niño que sufrió violencia familiar y tuvimos que
denunciar y acompañarlo a él y a su mama para que sean fuerte en esta
situación; otro niño que se fue de su casa por una pelea con sus padres;
tenemos un Santiago que tuvo covid y estuvo internado pero lejos en Capital y
fue un preceptor a llevarle algunas cosas que necesitaba pero Santiago hacia
tareas de matemática y se las mandaba a la profe para que se las corrija;
tenemos un joven que tiene depresión y se autolesionó y allí estuvimos
acompañándolos a él y a su familia; también tenemos una familia a la que se le
prendió fuego una habitación y le llevamos ropa, un colchón, alimentos y hasta
un placard. Tenemos otros jóvenes que tienen problemas con consumo de
sustancias, en algún caso hicimos la denuncia y en otros aconsejamos,
asesoramos y acompañamos a las familias.
Además, tenemos jóvenes con proyectos de
inclusión, es decir que compartimos matricula con escuelas especiales, allí
tenemos que articular entre los profesores del curso y la maestra de inclusión
con el equipo de orientación y preparar material, adecuarles contenidos, que
los profesores hagan ese trabajo diferenciado y por supuesto monitorear que se
cumplan estas actividades, ya que es un derecho de estos jóvenes recibir
educación aun en pandemia y con cuarentena. Existen los alumnos del último año,
los de sexto, nosotros tenemos seis grupos de sexto que están sumamente
angustiados por no poder hacer su viaje de egresados y porque no pudieron
estrenar sus camperas o buzos. Uno piensa que de toda la secundaria el mejor
año es el último, pero este año será una excepción. Entonces hay que hacer
videollamadas, y ver de qué forma les levantamos el ánimo y cómo los preparamos
para el año que viene, en que van a estar fuera de la escuela.
Tenemos
alumnas madres, no una sino varias, ante quienes tenemos que tener una actitud
diferente, sostener la maternidad adolescente en cuarentena no es nada
fácil. Tenemos madres y padres enfermos,
algunos de gravedad, entonces programar para ellos una entrega de alimentos en
diferente día porque no pueden hacer cola como los demás, escucharlos y
contener a sus hijos que son nuestros alumnos. También tenemos jóvenes que
perdieron a sus padres en estos tiempos o a sus abuelos, con todo lo que ello
implica, y cómo impacta en la psicología de ellos después. Lamentablemente,
también tenemos casos de abusos, en donde hay que trabajar en equipo con otras
instituciones por fuera de la escuela, pero siempre protegiendo a los y las
menores.
Como
estamos hablando de una escuela también tenemos docentes que no cobran, o que
cobran mal sus sueldos y hay que reclamar y acompañar, otros que tienen
problemas de salud, algunos que con el encierro comenzaron a tenerlos, y hay
que estar cerca. Otros que, usando sus herramientas personales, se les
rompieron y se quedaron sin cámaras, o sin auriculares o sin computadoras, y
entonces hay que volver a repensar como se hace.
En
medio de todo esto, hay que tomar mesas de exámenes, tomamos en mayo y ahora en
agosto otra vez. También hay que responder a las directivas de nuestros
superiores, encontrarnos en reuniones por zoom u otra plataforma con
inspectoras y profesores, revisar las clases, repartir alimentos, tener
reuniones con profesores y con familias, de equipo directivo, conversar con las
bibliotecarias para que organicen los contenidos de las mesas de exámenes o
para que suban resúmenes o pdf de libros para que los chicos puedan estudiar.
Qué
difícil resulta armar una escuela en tantas casas, pero que a la vez tenga la
calidez de la escuela a la que todos queremos regresar pronto.
En el
medio de esta situación que a veces pareciera un sueño, seguimos trabajando,
pero en realidad más que antes, los docentes parecemos invisibles porque desde
que comenzó la cuarentena hay trabajadores esenciales y entre ellos, por
supuesto, están los médicos y todo el personal de salud, también el personal de
limpieza, los que trabajan en seguridad, la justicia, negocios permitidos,
bomberos, políticos, periodistas, etc., ¿y quien considera esencial a los
docentes? ¿Si hasta somos criticados por algunas familias cuando dicen “pero al
final yo le tengo que explicar la tarea a mi hijo, así cualquiera trabaja” o
incluso aquellas familias que aun pudiendo dejan de pagar la escuela privada,
porque total si no están yendo qué gasto tienen?
Estamos acostumbrados a que nuestro trabajo sea invisible, pensar nada
más que estamos creando todas las actividades desde nuestras casas, abonando
nuestra internet y nuestros celulares, y para hacerlas de manera virtual
tuvimos que aprender de un viernes para un lunes, leer el doble, buscar
material, chequearlo, adaptarlo, subirlo, corregirlo y pensar si es poco o
mucho, porque hay también hay quejas: si mandas mucha tarea hay quejas, si
mandas poca también hay quejas. Porque no quedó claro desde el principio que
somos trabajadores esenciales. Para poder circular en cuarentena la aplicación
solo la podemos tener los que vamos a repartir alimentos: Personal destinado a
comedores escolares o comunitarios. Pero no hay un ítem pedagógico como
esencial.
Los
docentes sabemos de luchas, de poco reconocimiento de la sociedad, nos
acostumbramos a que nos ninguneen, porque tenemos, según la gente tres meses de
vacaciones, cuando recién después de veinte años de trabajo nos corresponden 40
días, nunca tuvimos tres meses. Porque trabajamos cuatro horas, otra mentira,
ninguno trabaja cuatro horas: todo lo que hacemos en la clase lo preparamos en
nuestras casas, corregimos en nuestras casas, y la mayoría tiene que trabajar
en más de un turno, por ello nos pasamos los fines de semana trabajando en
casa. Igual todo esto parce una queja, pero no lo es: ya que seguimos
haciéndolo a pesar de todo lo que conté y solo pasa eso porque amamos nuestra
profesión, y cuando un niño o joven nos sonríe y nos dice “gracias” ya no nos
acordamos de todo lo negativo, y así somos desmemoriados por momentos, porque
elegimos quedarnos con esa sonrisa y ese gracias enorme que nos llena el alma
día a día.
Hay
que imaginar solamente por lo que pasaron Isauro Arancibia, Carlos Fuentealba o
Sandra y Rubén, todos docentes que dejaron todo, hasta sus vidas, por la lucha
docente. Es tan fuerte pensar en ellos y en sus modelos de vida, que ningún
docente piensa en lo negativo de nuestra labor, por el contrario, tenemos esa
utopía de que vamos a cambiar al mundo y allí vamos, nos levantamos cada mañana
con ese sueño y no vamos a bajar los brazos hasta conseguirlo. Nuestra lucha es
por los pibes y sus familias, aunque a veces no se vea, también es por nuestro
salario porque somos trabajadores y de eso vivimos (nosotros y nuestras
familias), pero fundamentalmente queremos un mundo más justo, más libre, más
solidario, con menos pobres y con una educación que resalte las potencialidades
de cada uno.
Si nos ponemos a pensar, todos tenemos en
nuestro recuerdo a uno o dos docentes, esos que dejaron una huella en nuestras
almas, y recordamos su cara, su sonrisa y hasta un reto cariñoso. Cada uno de
nosotros pasa más de quince años en instituciones educativas, y podemos sumar
la universidad o carrera terciaria, y en todos esos años aprendimos con tantos
docentes y tan diferentes unos de otros, pero todos nos dejaron algo, aun aquel
que nos caía bien, igual algo nos dejó. Se aprende mucho en la escuela, pero
más se aprende con algunos docentes que aman esta profesión tan maravillosa,
que dejan sus vidas por este trabajo: en una lucha como la de Fuentealba,
asesinado por la espalda en una represión de policías neuquinos en abril de
2007, o preparando un desayuno como Sandra y Rubén en una escuela de Moreno en
agosto del 2018, o también como tantos otros perseguidos torturados y muertos
por la dictadura de 1976. Allí Isauro Arancibia, maestro rural tucumano, fue
asesinado, pero sus ideas nunca nos dejaron, para conocerlas nada más que ver
el documental “Maestros del viento” o leer “La oruga sobre el pizarrón”. En
esos lugares vamos a ver a todos los docentes, a los de antes y a los de ahora,
docentes rurales, urbanos, en auto, en bicicleta o a caballo, y ahora le
sumamos docentes en cuarentena, que no es poca cosa y que pasaremos a la
historia de tantas luchas docentes.
Y
todavía algunos se preguntan para qué sirve la educación, y yo les respondo que
sirve para pensar cómo hacemos para formar personas libres, justas, buenos
ciudadanos, solidarios, responsables, guardianes del medio ambiente, futuros
científicos que con sus investigaciones puedan salvar a miles de personas,
economistas con una visión humanitaria, defensores de los DDHH, defensores de
los derechos de todos y todas, personas no violentas, con capacidad de
responder sin agredir, con la suficiente autonomía para pensar aun después de
ver o leer ciertos materiales. En fin: personas de bien, siempre con una mirada
en el otro y dispuestos a dar una mano a quien lo necesite.
*Mi
nombre es Viviana B. Fernandez, tengo 57 años, soy docente desde hace 34 años,
siempre trabaje en Avellaneda. Fui maestra de primaria, luego profesora de
Historia, mas tarde vicedirectora y desde hace cuatro años Directora de escuela
Secundaria. Hace 4 años escribí un libro, "Cicatrices que
desaparecen", que expuse en la Feria del Libro. Es un ensayo donde relato
mi vida de alumna y de profesora desde una mirada política.